Eva vino a verme porque "sentía que le sobrepasaba todo, estaba saturada, no podía parar su mente, tenía muchas cosas”.
Desde siempre se vio muy sensible y diferente al resto, como que todo le afectaba más.
Así que aprendió a sentirse culpable por ser así y por “no aguantar”.
Eva ya había ido al psicólogo, y me dijo que sí que le había ayudado algo pero que llegó un punto en el que el terapeuta “como que no llegaba, que no acababa de entenderla, como que faltaba algo”.
Cuando nos conocimos le preocupaba que el ser tan sensible le impidiese hacer lo que quiere y me dijo que le gustaría aprender a “dominar” su alta sensibilidad.
Con un tiempo de trabajo personal Eva pasó de sentirse un bicho raro a tener más confianza, a escucharse más y poder tomar decisiones.
Y ha aprendido a poner límites a otros (a ver, le sigue constando, pero lo hace y por eso está mucho más satisfecha con sus relaciones).